LECCIONES PARA DOCENTES
MELVIN MARTÍNEZ
melvinadalidmr@gmail.com
Este
tiempo de retiro obligado nos ha servido mucho para reflexionar, principalmente
a los
docentes.
Cada
minuto del día es una lección, somos alumnos eternos en la escuela de la vida.
Una
madre de familia me envió un mensaje que removió mi ser de maestro: “buen día
profe,
los
maestros están mandando tareas por internet. Mis niños viven con mi mamá, ellos
no
tienen
cable ni internet. Yo trabajo en Tegucigalpa. ¿cómo harán ellos al comenzar las
clases?”.
Le
envié mi respuesta: no se preocupe, al regresar haremos nivelación de
contenidos en todas
las
asignaturas.
Pero,
me quedé pensando. Necesitaba responderme a mí, al maestro que llevo dentro.
Por
suerte tengo una cuñada, extraordinaria docente en El Salvador, que como si
supiera mi
necesidad
de reflexión, Gloria, así la nombró su madre, me envió un mensaje, en respuesta
a
otro
mío, que se convirtió en mi bastón de análisis durante varios días: “El corazón
de la
educadora
en estos tiempos debería estar en escucharles, hacerles sentir que nos
importan,
que
su humanidad es nuestro tema central en cada clase virtual. Transmitirles
alegría,
optimismo,
mantener su mente enfocada en aprender... eso es el centro, lo demás será
irrecuperable
luego si no atendemos lo fundamental”.
Lo
que importa es que los aprendizajes sean significativos para la vida, para
entenderla, para
construir
el buen vivir.
Lo
fundamental ahora es tener la posibilidad de interpretar la realidad para
transformarla.
Poder
tener los ojos abiertos para entender la bondad y la solidaridad. No cerrar el
pensamiento
para juzgar la corrupción impune que cínicamente nos gobierna.
La
docencia urge de una revolución, reinventarse, adoptar la pedagogía de la
esperanza, de la solidaridad.
Como
decía Freire “La educación como práctica de la libertad”.
Eso
exige entender el acto educativo en la perspectiva de que los docentes somos
servidores
fraternos.
Pasar a ser acompañantes solidarios del alumnado con toda su realidad, para
transformarla.
Los
docentes que se creían “clase alta” se han rendido ante la presión interesada y
la curiosidad tierna de los alumnos.
El
interés en los contenidos programáticos es pura hipocresía demagógica, de los
que han
abandonado
el sistema educativo hondureño, en la última década.
Me
encantó la original tarea que la profesora Maricela Estrada, mi hermana
escogida, les
asignó
a sus alumnos a través de una carta: “les quiero invitar a hacer cosas
extraordinarias,
por
ejemplo: ayuden a sus padres, o personas con quién convivan, con las diversas
tareas de la
casa.
Intenten leer un libro o historias que les inspiren a ser buenas personas.
Traten de
escribir
en su agenda los sentimientos y temores frente a esta pandemia, pero también
escriban
sus alegrías y sueños en este tiempo difícil ... procuren encontrar espacios y
ocupaciones,
que hagan de estos días un buen tiempo, a pesar de las adversidades”. Sin duda
pensó
en todos, preferencialmente en los más pobres, en los que no tienen posibilidad
de
comprar
Internet, ni comida.
Es
urgente una revolución docente, en la que no importen las estadísticas para los
organismos
financieros
internacionales y países cooperantes, una nueva educación en la que lo
fundamental
sea la promoción de saberes y valores para la construcción de la sociedad del
buen
vivir.
De
cualquier modo, cuando esta situación termine el año escolar será recuperado,
pero lo más
importante
es que los docentes podamos trascender a una toma de conciencia que nos
convierta
en servidores de niños y jóvenes marginados, a los que debemos acompañar con
toda
nuestra inspiración haciendo de nuestros centros educativos y nuestra patria un
hermoso
paraíso.
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